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martes, 22 de agosto de 2017

¿Fin de una era…?

Hubo tiempos en que tener una casa propia, ahorros en el banco y casarse constituía el sueño de muchos jóvenes, hoy son otras las prioridades
 
Las críticas se han convertido en el pan de cada día. Y no tengo nada en contra de la crítica, es muy buena cuando es constructiva, porque criticar por criticar, sin argumentos, pero sí con un montón de infundios y denostaciones, como suelen hacerlo hoy en día quienes están peleados con la ética, pues verdaderamente es estéril. La energía y el tiempo que se gastan en discusiones frívolas son absolutamente intrascendentes, a más de que desvían la atención de lo verdaderamente importante. Criticar sin aportar soluciones es consumir energía innecesariamente. Todos los días suceden cosas fundamentales en el mundo, que van desde el barrunto en el espacio político, hasta los avances deslumbrantes del mundo de la ciencia, pero, infortunadamente, lo que cobra la atención de la mayoría de las personas es cómo quedó el partido de futbol entre A y B, las excentricidades de la estrella de cine en boga, o el vestido que llevaba fulanita en la fiesta de quién sabe quién… 

Y no tengo nada en contra de quienes así priorizan, es muy explicable, la gente se identifica más con su cotidianidad. Además eso no les produce dolores de cabeza ni les angustia la vida, sino todo lo contrario. Pero esta manera tan “ligera” de vivir nos ha ido causando serios problemas en el seno de la comunidad de la que somos parte. Nuestra ligereza ha permitido que el abismo entre los muchos que tienen muy poco o nada, expertos en supervivencia, se ensanche cada día más, también, que la carga de la clase política corrupta se vuelva más pesada. Nos hemos acostumbrado a ver cómo una gavilla de políticos corporativistas manipulan a sus anchas sobre la geografía de Coahuila, destilando en sus discursos trasnochados todo un tufo de intolerancia, de resentimiento, de coraje hacia quienes tienen una visión distinta de lo que debe ser el ejercicio del poder público, y ojalá fueran nada más arengas sus acciones, sus acciones son dignas de cuanto anida en su naturaleza… bueno, cada quién es lo que es. Pero lo más preocupante es la mansedumbre de las personas que asisten al triste espectáculo de la decadencia del sistema. No se inmutan. 

Hay muchos jóvenes mirando el desmoronamiento, pero no les dice nada. No hay historia atrás que les permita hacer el comparativo entre su presente y el pasado de sus ascendientes, es decir sus padres… ya de sus abuelos ni hablamos. Están más lejos que Plutón del sol. Hubo tiempos en que tener una casa propia, ahorros en el banco y casarse constituía el sueño de muchos jóvenes. Para lograr esto había que estudiar, a los clasemedieros como yo solían decirnos nuestros padres: “A ver, entérate, no hay dinero que heredarte, tu herencia es la carrera que te estamos pagando, de modo que a lo tuyo, tú sabes si estudias o te aguantas a lo que te toque…”. Y no había que tirarlo en saco roto. Pertenezco a una generación en la que la formación en valores tenía un peso específico en nuestras actitudes y conducta. No era mal visto que te pusieran un “estate quieto” cuando te salías del huacal. Mi Rosario era experta en esos menesteres, y como se lo he compartido antes, estimado leyente, le agradezco en el alma la forja en la que me hizo. Hoy asistimos al final de una era, de una basada en el acopio de cosas, de un patrimonio, de un ahorro que te permitía, según los cánones del ayer, esperar el futuro sin estar con el Jesús en la boca. Todo está pasado de moda, lo de hoy es otra cosa. La realidad parece empeñada en mostrar que los títulos académicos y los posgrados y los currículos laborales impresionantes se han convertido en lastre, en lugar de motor con tecnología de punta para alcanzar mejores niveles de vida…

Estuvo conmigo esta semana una queridísima exalumna y me decía que su problema más fuerte para encontrar empleo eran precisamente su preparación de primera y su rica trayectoria laboral. Y tenemos al Estado…, una institución que todos los días exhibe su incapacidad para gobernar y su desvergüenza de disponer de los recursos públicos, arropada en la impunidad. 

Pues mire usted, generoso leyente, me quedo con mis costumbres arcaicas, como son el ahorro y los valores con los que fui educada por mi madre. Adoro tener una casa desde hace muchos años, por cuanto nos significa y representa a mi marido y a mí. Seguiré invitando a los niños y jóvenes a que sigan estudiando y preparándose, México los necesita para ser el País número uno. También permaneceré trabajando desde mi trinchera a favor de mi comunidad. Si ser mala política significa que jamás me he embolsado dinero del erario público ni he pedido “moches” a cambio de atraer recursos para mi municipio ni he recibido bonos ni he hecho tratos en lo oscuro para beneficiarme, o beneficiar a mis parientes y/o amigos, y gozo, así: gozo servirle a los demás desde el ámbito público, pues soy malísima. También comunico que seguiré haciendo uso de todos los instrumentos legales que existen para combatir una elección manchada por la corrupción. Es asunto de principios, no de obsesión por el cargo. No me pienso jubilar, gozo de espléndida salud, por Dios y por genética. Y Coahuila también es mi tierra, carísima a mi corazón.

Gobiernos abiertos

Los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen, rompamos ese paradigma participando. Demos ejemplo a las nuevas generaciones, no se vale entregarles el mundo en las condiciones en las que se encuentra hoy día
 
'Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad'
Séneca 


Los escándalos de corrupción que azotan a nuestro País están vulnerando peligrosamente la confianza en el Gobierno y en las instituciones. Hay una terrible decepción por la democracia, es como si se hubiera quedado en el limbo de la aspiración. No obstante las reformas legislativas que se han implementado para combatir la corrupción gubernamental, esta persiste, no la han inhibido y se explica en la impunidad que impera. En México, los pillastres servidores ¿? públicos de la élite no son tocados ni con el pétalo de una rosa, salvo que se malquisten con la gavilla de la que son parte, como la “maistra” Gordillo, por ejemplo. A los alineados hasta los protegen.


“Robar poquito pasa… lo malo es cuando roban mucho” —refiriéndose a las raterías de los políticos sinvergüenzas— es una frase que todavía escuchamos. Señores, robar es robar y punto. No es cuestión de cuantía, es el acto de deshonestidad de disponer de recursos PÚBLICOS lo que debe erradicarse, por todo lo que de pernicioso genera. 

¿Cómo? ¿Cómo cambiar la cultura de la deshonestidad? ¿Cómo mover esta idiosincrasia acostumbrada a permanecer impávida ante las raterías que se perpetran en el Gobierno y desde el Gobierno? ¿Cómo despertar la indignación de los robados por el estropicio patrimonial de que son objeto por las propias autoridades que eligieron en las urnas para que les SIRVIERAN? ¿Cómo pasar de los señalamientos en las redes sociales a las acciones contundentes de repudio, en los hechos? ¿De qué sirve quejarse en casa, con la familia, con los amigos…? 

¿Cómo volver exigente a la población con el Gobierno y con la integridad de los funcionarios? ¿Cómo generar mayor conciencia y consenso sobre los efectos deleznables de la corrupción, porque es esta gárgola despreciable la que se encarga de obstaculizar el desarrollo económico y social de las personas? En nuestro País existe un océano impresionante de inequidades, no hay un bienestar generalizado, que al final del día es el fin más importante hacia el que se dirige el quehacer del estado, entendido como organización.

El aparato gubernamental tiene que transformarse, hay cambios insoslayables que tienen que darse. El reto más importante estriba en las nuevas formas en que tiene que darse la relación Estado-Sociedad. Es el Estado en función de sus objetivos y necesidades el que ahora tiene que acercarse a la sociedad, se tienen que invertir los papeles en el marco precisamente de la preservación de su autonomía institucional. Conseguir que los gobiernos sean abiertos es parte de la solución, porque bajo este concepto, la colaboración ciudadana es sustantiva para la creación y mejora de los servicios públicos y también para el fortalecimiento de la transparencia y la rendición de cuentas. A la corrupción se le combate con transparencia, con transparencia los gobiernos recuperan la confianza de los gobernados. Para recuperar la confianza es necesario que sean más eficientes en cuanto a su capacidad de establecer y dirigir las políticas públicas y de brindar servicios públicos con niveles de excelencia. Es la manera más fehaciente de legitimarse ante la población. 

Los gobiernos abiertos y transparentes fortalecen la ética del servicio público —no es verdad que la ética esté divorciada del ejercicio del poder público— y fomentan la participación ciudadana tan necesaria para transformar a nuestro País. Asimismo, con las innovaciones tecnológicas se coadyuva a fijar integridad en la burocracia y se mejora la calidad del gasto público. El Estado tiene que ser el garante del buen uso de los recursos públicos y verbi gratia, una plataforma georreferenciada en línea para que todos puedan ver cuánto dinero ingresa al Gobierno y como se gasta, como la que existe en Colombia, coadyuva a alcanzar este objetivo, a más de que se detecta e impide la corrupción. 

Un Gobierno que trabaja eficiente y eficazmente promueve el crecimiento de la clase media, el fortalecimiento de este sector tan importante de la sociedad, es de desearse en nuestro País. En los países del primer mundo la clase media es abundante, porque quienes pertenecen a ella son los más dispuestos a seguir mejorando su nivel vida y se vuelven intolerantes con los pillastres en el Gobierno. La simplificación de la burocracia y de la tramitología administrativa posee también un gran potencial para disminuir las posibilidades de corrupción.  Y más allá de esto, y nunca con afán de minimizarlo, el verdadero desafío es que los servidores públicos sean personas bien competentes, con verdadera vocación de servicio y HONESTOS. Nadie nace corrupto, no olvidemos esto.

Necesitamos responsabilizarnos de la parte que nos corresponde como miembros de la sociedad que somos.

No renuncio

Vivimos en una dictadura disfrazada de democracia, cargada de corrupción e impunidad, donde los gobernantes no ven por los intereses del pueblo
 
En la democracia, entendida como forma de Gobierno, los representantes son electos por el pueblo, por ende, la soberanía radica en el pueblo. En en este sistema político los hombres en el poder son meros mandatarios que actúan en nombre y representación de quien los eligió. ¿Coahuila es una democracia? Esto se los preguntaba a mis alumnos en aquella preciosa época en que tuve la fortuna de estar frente a una clase, y les pedía que me lo dijeran verbalmente o que me escribieran una cuartilla al respecto. Hace unos días, buscando un documento, me encontré con algunos de esos escritos. Déjeme compartirle algunos párrafos. A ver qué piensa usted. Los autores eran jóvenes entre 16 y 20 años.

 “Todo indica que no. Los políticos no son representantes nuestros. Parecen un grupo de intocables, de inalcanzables, que a lo único que se dedican es a vivir como chapulines, de cargo en cargo, hasta que se mueren. Muchos, por no decir que todos, nunca han hecho otra cosa más que eso, viven en otro mundo, lejísimos del real, no tienen ni idea de la realidad de la sociedad.”

Otro: “Muchos de esos políticos ni siquiera tienen preparación académica, pero está visto que eso no importa, llegan al cargo y no les importa exhibir su ignorancia, y al partido del que provienen tampoco le interesa porque ellos son los que los postulan”. Uno más: “Cuando hablan dicen verdaderas salvajadas, eso sí, hasta se ponen en pose y se entonan. Lo peor es que dicen pura demagogia, porque están convencidos que quienes los oyen son unos tontos y que ni cuentan se dan del montón de mentiras que salen por su boca”.

 “Muchos políticos exhiben su falta de formación y en sus hechos dejan de manifiesto que no buscan trabajar en pro de los intereses de la gente que se supone representan, sino de su interés particular, el privado, el del partido político del que vienen, hay excepciones, pero son las menos, mucho menos”.

Esto que hoy les comparto lo escribieron hace 15 años, los mismos que yo tengo lejos del claustro académico. Lo que hoy me escriben personas de todas las edades, respecto al mismo tema, lo que me comparten en el día a día, en vivo y en directo, me estremece. Acusa que en Coahuila se vive una severa crisis de ausencia de gobernabilidad y credibilidad en casi todas las instituciones. A ello se suman una angustiante coyuntura social y económica –que el Gobierno estatal maquilla con millones de pesos de mercadotecnia pagada en loas y aplausos– y un grave deterioro de los principios éticos que deben estar inmersos en la conducta y en el actuar de la clase gobernante, resultado de la corrupción y la impunidad que privan en nuestra noble tierra. La insolidaridad de este Gobierno con las causas de sus gobernados es estremecedora.  

Están tan enfrascados en permanecer en el poder hasta la consumación de los siglos, que no tuvieron el menor recato en las elecciones pasadas de actuar como si estuvieran en una ínsula de su propiedad, habitada exclusivamente por siervos y vasallos. Han devaluado a la democracia, la han convertido en arribismo y oportunismo; le han quitado a la política su esencia de instrumento sine qua non para analizar problemas y comprender  su dimensión para encontrar soluciones a los mismos. Decidieron que sólo existen ellos, niegan por decreto la pluralidad de pensamiento e imponen el suyo sin miramiento alguno. No hay espacio para el diálogo, porque simple y sencillamente no les interesa. El nivel del quehacer político en Coahuila es de cero a lo que sigue. El liderazgo se determina en mucho por la capacidad de escuchar, de consensuar, de incluir, de ser capaz de llegar a acuerdos en beneficio de la población, que es a la que se deben quienes gobiernan. Eso no existe en Coahuila. Vivimos en una dictadura disfrazada de democracia, cargada de corrupción e impunidad y eso es demasiado para los hombros de un estado que fue ejemplo de lucha contra la tiranía y el abuso.

La forma en que manipularon las elecciones es vergonzosa. En una contienda se gana o se pierde, pero ambos resultados deben estar apuntalados en la observancia de las reglas. El régimen actuó por encima del orden jurídico y sería cobarde e imperdonable no hacer nada en contra de semejante agravio. Hay instancias jurisdiccionales y tendrán que resolver. Tenemos una herencia republicana que debemos defender y cultivar en estos tiempos aciagos, pero también de inmensa oportunidad.  No se vale asistir mansamente al exterminio de nuestras libertades. No acepto ser espectadora ni mirona de palo. No se trata de cultivar rencores, eso es estéril, se trata de que tenemos derechos que ejercer y deberes que cumplir, y no está en mi ánimo renunciar ni a unos ni a otros. 

Usted tampoco, estimado leyente, lo invito respetuosamente a que no renuncie.

Mi esperanza no claudica

La democracia seguirá enteca mientras no reaprendamos la realidad y en las redes sociales se genera un movimiento revitalizante
 
Mi esperanza no claudicaEl periodista y escritor norteamericano Alvin Toffler expresaba que: “Los analfabetas del Siglo 21 no serán los que no saben leer ni escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender la realidad”. Y esta cita viene a colación porque así como la Revolución Industrial se convirtió en un parteaguas en su momento, por los cambios que se produjeron, la que viene sucediendo en este Siglo 21, que es el nuestro; pues también trae lo suyo. En el periodo que abarca desde la segunda mitad del Siglo 18, y que concluye entre 1820 y 1840, jamás se habían vivido la serie de transformaciones que no sólo modificaron la economía, la tecnología y el ámbito social, sino que abarcaron aspectos de la vida cotidiana. 

Hoy día ya un grupo importante de académicos y estudiosos están hablando de una cuarta revolución industrial, refiriéndose a la transformación digital. El Internet y las redes sociales están cambiando al mundo de nuestro tiempo. Hoy tenemos la mayor revolución tecnológica social desde la aparición de la imprenta de Gutenberg. La sociedad está enfilada en la búsqueda de un nuevo paradigma. Esta tecnología de punta nos está permitiendo una mayor y mejor participación ciudadana, al margen de las barbaridades que se expresen en las redes, hay aportaciones muy valiosas que están moviendo el status quo, con la venia y sin la venia de los Gobiernos y de los grupos de poder que se mueven tras bambalinas –esto no es nuevo– y que influyen en pro o en contra de la población. La democracia para fortalecerse –ya he dicho en muchas ocasiones que la nuestra es muy enteca y lo tendré que seguir diciendo mientras permanezca así– requiere de una comunidad bien enterada del peso específico que tiene, de la influencia que esto le imprime y de lo sustantivo que resulta para que esto ocurra, la existencia de las redes. Son los heraldos del Siglo 21.

Los jóvenes de hoy ya son nativos digitales, la generación a la que yo pertenezco ha tenido  que aprender sobre esto. La democracia, desde la perspectiva de la juventud actual, es un hecho… ¿Por qué? Porque no les implicó lucha alguna conseguirla. Conocen, y eso es un decir, el movimiento del 68, los rompimientos con el priísmo y el resurgimiento de una nueva izquierda, la presencia inspiradora de Manuel Clouthier y con él la llegada de un número importante de empresarios a la arena política, pero es así por encimita. De lo que no han caído en cuenta es que sólo en las democracias consolidadas el bienestar se generaliza a todos los niveles socioeconómicos. Y eso todavía no ocurre en nuestro País. Tenemos que provocarlo e impulsarlo, pero todos. Los grandes déficits los tenemos en la inequidad que se vive en un País tan grande y  con tanta riqueza natural como el nuestro, pero inmerso en las garras de un sistema en el que se gasta más, pero mucho más en el combate a la inseguridad, que en educación y en salud, y todo esto provocado por el enorme y devastador cáncer que son la corrupción y la impunidad. No combaten la enfermedad. La medicina la constituye la inversión en educación y en salud, como lo han hecho otros países del orbe para volverse exitosos y prósperos. Aquí vamos en sentido inverso.

La política populista emanada del sistema que rige en este País ha sobrevivido igual que la de un insecto que se conoce como avispa esmeralda… ¿Qué hace este animalejo? Sobrevuela sobre los escarabajos, que son su alimento favorito, se para en el lomo, muerde con precisión de cirujano en el espacio que queda entra la cabeza y el esqueleto armadura que conforma el cuerpo de sus víctimas, les inocula un veneno que los paraliza, así lo arrastra hasta su nido subterráneo, ahí les aplica otra dosis, pero no los mata, les inserta un huevo en el cuerpo, del huevo nace una larva que tiene exactamente sus mismas características. Se va, cierra perfectamente la salida para que su víctima no pueda escapar. La larva se alimenta de su “incubadora”, se la va comiendo viva, pero no ataca sus órganos vitales porque se le muere.

Crecida, fuerte y ya adulta, sale al mundo la nueva avispa y a repetir el ciclo. Esto exactamente es lo que ha hecho el sistema priísta con los habitantes de las colonias populares. Se alimenta de ellos, lo ha hecho por generaciones, no hace más que mantenerlos con la dádiva y/o la amenaza de quitarles la dádiva. Los ha hecho mansos, nunca se ha ocupado de que aspiren a ser libres, sólo conformistas y ya. Y son los más. Son su plataforma para la permanencia. A esto agréguele la complicidad con quienes poseen el poder económico y la indiferencia –irracional– de la clase media. Por eso la democracia sigue enteca. 

Desde las redes sociales se empiezan a generar los nutrientes que la revitalizarán, por eso mi esperanza no claudica. Y aprendamos, desaprendamos y reaprendamos.

Se están cargando al País… ¿no ven?

México vive una crisis institucional que vulnera su legitimidad y acaba con la confianza de los ciudadanos en su sistema político
 
Tenemos un sistema político absolutamente corrupto y corruptor que exhibe sin pudor alguno lo que es. A sus cofrades, creadores del mismo desde hace casi un siglo, les ha redituado con creces haberlo institucionalizado, porque ha sido el instrumento más eficaz para permanecer en el poder, no obstante la alternancia en el Poder Ejecutivo Federal –dos sexenios– y las que se han dado en gubernaturas y alcaldías. Su esencia, presencia y potencia, como dice una canción, están vivas, ¿sabe por qué? porque forman parte de la idiosincrasia nacional. La gente se acostumbró a ser tratada como inquilina de su patria, no como dueña. Sus servidores se ostentaron y se siguen ostentando como patrones, no como lo que son, por eso se explica la desfachatez, por ejemplo, de las declaraciones del secretario de Comunicaciones y Transportes ante la tragedia ocurrida en el estado de Morelos; también el batidillo que el INE ha venido haciendo en torno a un dictamen elaborado por su propia Comisión de Fiscalización, absolutamente manoseado. 

Qué impresionante desdén por todas las razones por las que fue creada la institución a su cargo. Con ello, y esto de ningún modo lo celebro, se llevaron al traste y sin prurito alguno, la confianza y la credibilidad que debe de cuidar el árbitro de las elecciones, porque de ello depende, en mucho o en todo, la legitimidad que debe acompañar a los electos.

Cómo me gustaría que en mi País, quienes tienen bajo su responsabilidad organizar y vigilar los comicios, pensaran y se comportaran igual que sus homólogos canadienses, quienes consideran que es un honor serlo y que bajo ninguna circunstancia van a faltarle al respeto con una actuación ayuna de ética a quienes se los confirieron. Cuando se crearon órganos como el INE, antes IFE, el espíritu era que los Gobiernos no fueran juez y parte en las elecciones, y se optó por ciudadanizarlos. Pero, tristemente, esa ciudadanización pasó a segundo término a la hora en que hubo que definir el “cómo” se iba a realizar. Y ahí está el PERO, así, con mayúsculas. 

Su designación no es más que un “dedazo” de quienes tienen mayoría en el Congreso de la Unión, ellos son quienes determinan a los ungidos, es la forma en que se mantiene el control. La ciudadanización es un mito, usted lo ha visto en las participaciones de los integrantes del Consejo General del INE, sus intervenciones  no dejan nada a la imaginación, llevan un rótulo en la frente, se sabe perfectamente, con claridad meridiana, como decía un querido maestro de la preparatoria, quién es su padrino. ¿Por qué tiene que ser así en nuestro País? 

Es descorazonador el desparpajo del discurso sofista que manejan a la perfección varios de los ínclitos consejeros. Me recuerdan a los “clientes” romanos, ciudadanos libres que se ponían bajo la férula de un patrón a cambio de “favores” mutuos. Una especie de besamanos del poder en turno, precisamente del que se quería liberar a los procesos eleccionarios en nuestro País. Cómo extraño a José Woldemberg, qué señorón, qué representación tan digna tuvimos los electores cuando él estuvo como presidente del Consejo General. Y fue designado de la misma manera que los que han venido después, la diferencia la hicieron sus convicciones y el enorme respeto que se debe a sí mismo.

¿Por qué no tienen compromiso con México? ¿Por qué no poner por encima de todo el amor patrio? Habrá quien diga que soy cursi… pero yo creo en la patria, en que cada uno de nosotros tiene una responsabilidad con ella y que debemos esforzarnos por hacer la parte que nos corresponde como mexicanos y como ciudadanos con esmero, los consejeros también... ¿qué los exime? Y si esto no les merece ninguna consideración, vámonos al pragmatismo. Los señores consejeros le deben a los mexicanos la dieta jugosa que reciben mes a mes, las prestaciones regias de las que gozan a partir de que arriban al nirvana del INE, sólo ellos y los Ministros de la SCJN tienen ese estatus tan singular… aunque sea por eso, ¿o no? 

Se necesita no querer ver la crisis política e institucional que ha alcanzado niveles escandalosos en nuestro País. Se trata de una afectación seria y profunda que vulnera la legitimación de las instituciones y de sus representantes y, sobre todo, la confianza de los ciudadanos en su sistema político. La gravedad de lo que ocurre ya está con foco rojo. Cada día resulta más difícil creer que la democracia alguna vez en este País será entendida como una forma de vida. Hoy no llega ni siquiera a forma de Gobierno.

No más de lo mismo

Para dar legitimidad a la democracia, los órganos electorales deben actuar al margen de los intereses del grupo en el poder
 
Llevada a cabo una elección, es requisito sine qua non asegurar a la ciudadanía que el proceso se dio en estricto apego a lo que establece la Ley, al margen de quienes hayan sido los candidatos de su preferencia. No debe ser de otra manera, porque cuando esto no se cuida, se pone en jaque la confianza de los electores en los órganos encargados de organizar, conducir y vigilar los comicios y esto daña sustantivamente a la democracia. Es de sanidad política asegurar que hubo equidad en las elecciones, que el piso estuvo parejo para partidos y contendientes, que no haya la mínima duda de que esto no ocurrió así. No ha sido fácil el tránsito de nuestro País en esa dirección. La cultura imperante sigue siendo la impuesta por un sistema que a pesar de ser tan añoso, artrítico y espantosamente plagado de mañas, instaurado por el partido Revolucionario Institucional, está viva y en práctica. La legislación electoral que regula los comicios a lo largo y ancho de nuestra noble tierra, sea federal o local, tiene un denominador común que la “inspira”: la desconfianza. Y no obstante la ristra de candados, violar las disposiciones es el deporte favorito y lo que agrava el fenómeno es la impunidad en la que queda. De nada sirve que la ley disponga quienes son los únicos que pueden recibir, por ejemplo, la votación en la casilla, porque al final del día, con toda desvergüenza pueden quedar, como quedaron en la elección del 4 de junio en Coahuila, en un buen número de ellas, personas que ni siquiera pertenecían a la misma, como funcionarios. El acarreo está tipificado como delito, ¿y qué? Lo hacen a ojos vistas, cuentan con los taxis de las centrales adscritas al sindicato, cómplice del régimen; también está prohibido comprar el voto, ¿y qué? Dentro de las prácticas corruptas electorales ocupa el número uno sobornar votantes, hacerse de fondos para la campaña vía promesas de beneficios ilegales, como son concesiones, licitaciones amañadas en lo oscuro, incluso compra de candidatos de la oposición para que hagan mutis en plena contienda, manejo encubierto de gastos de campaña para no pasarse de los topes establecidos. Les vale una pulga y dos con sal violentar los paquetes sellados tras concluir la jornada, para hacer todos los cambios que estimen necesarios y ganar a como dé lugar, y no es ningún secreto. El asunto es que no pasa nada. No hay castigo y por eso continúan haciéndolo. “La corrupción sistémica ha invadido los procesos electorales”, palabras textuales de Jaqueline Peschard, la presidenta del Comité de Participación Ciudadana del SNA. Y tristemente, tiene razón.

Coahuila es una entidad federativa que jamás ha tenido alternancia, los dos últimos sexenios encabezados por miembros de la familia Moreira, han sido los más desastrosos en muchos ámbitos del quehacer público, el electoral es uno más. El proceso eleccionario vivido el 4 de junio fue un abanico de muestras de cuanto se debe hacer para ganar una elección por encima de la Ley y con la complacencia y/o la complicidad del árbitro. La autoridad electoral local (IEC) se vio ciega, sorda, en permanente genuflexión ante el Gobierno moreirista, y al INE distante, absorto en otros asuntos de mayor importancia, según sus cánones, ya que Coahuila nunca fue prioridad. La percepción que en este momento tienen los coahuilenses de su actuación es de absoluta desconfianza. Y esto no es para festinarse. No es necesario ser el FBI para darse cuenta de los ríos de dinero público que se destinan para apuntalar al delfín del mandamás y anexos – despensas, compra de votos, tarjetas, pago de operadores, medios cubiertos con largueza–, sin recato alguno. Y el triste papel de la Fepade: mirón de palo. La democracia mexicana es una de las más caras del continente, 18 dólares cuestan los votos en México contra 29 centavos de dólar en Brasil, de conformidad con estudios realizados por la Universidad Nacional Autónoma de México. Necesitamos repensar el modelo. Las elecciones se han convertido en un espacio ad hoc para derrochar miles de millones de pesos, y esto es inadmisible en un País en el que existen tanta pobreza y marginación. El gasto tiene que reducirse, hay demasiada burocracia de por medio, financiamiento excesivo a los partidos políticos, órganos locales electorales que no justifican su quehacer de promotores de la participación cívica y que le cuestan anualmente un dineral a los contribuyentes. Que haya un solo instituto electoral, no más, el INE tiene carácter nacional. Es fundamental que se limpie el proceso eleccionario de Coahuila del 4 de junio y que se sancione a quien o a quienes resulten responsables. Cuando esto escribo está llevándose a cabo la sesión del Consejo General del INE. Yo creo en el imperio de la Ley y es todo lo que exijo, que ésta se aplique. Y lo mismo para la autoridad jurisdiccional, en su momento.

La impunidad debe combatirse. Cuando haya sanciones ejemplares, cuando se instaure en la conciencia de todo el mundo, cuando quien la hace la paga, le van a pensar dos veces antes de obrar como lo hacen quienes están acostumbrados a pasarse las disposiciones jurídicas por debajo de las extremidades inferiores. Carecemos de un sistema de pesos y contrapesos, ciñéndome a Coahuila, no existe, por eso, el abuso de quien tiene el poder, es absoluto. La impunidad institucionalizada se ha fortalecido con creces con la complicidad, de ahí que la corrupción sea un cáncer in crescendo. Lo vivido en el proceso eleccionario de este año es una fotografía fidedigna del grado de descomposición descrito en estas reflexiones que me permito compartir con usted. 

“La corrupción es irreversible cuando ha llegado a podrir el alma de una nación”, decía la famosa escritora Taylor Caldwell. Yo espero con todo mi corazón que no hayamos llegado ya, hasta ahí.

Una plaga maldita

La corrupción es un cáncer que afecta gravemente la legitimidad de la democracia; está en los ciudadanos decidir cuándo erradicarla
 
El Banco Mundial define a la corrupción como “el abuso de poder público en beneficio propio”, de la misma definición se infiere que quién comete un acto corrupto está en una posición de poder y que recibe algún tipo de beneficio (en dinero o en especie) que no es procedente o simple y llanamente que es ilegal.

Cuanto escuchamos en la propaganda corifea que paga con largueza el Gobierno de Coahuila, a más de las declaraciones de sus ínclitos funcionarios, pues vivimos casi, casi, en el paraíso terrenal. En Coahuila, según sus loas, el Estado de derecho es de presumirse, dado que el respeto a la Ley es una de sus principales características, impecable el funcionamiento de sus instituciones y el gozo de un régimen de facultades y libertades garantizadas a plenitud. 

Se lee muy bonito, ¿verdad? Pues no es más que una farsa nuestra democracia… gulp… ¿Qué he escrito? Es absolutamente falsa y perversa, ¿por qué? Pues porque está sostenida por un régimen corrupto. Esta infame simulación ha generado una desigualdad grosera entre sus habitantes; ha logrado desacreditar la impartición de justicia, ha hecho papilla la separación de poderes, ha generalizado la corrupción en todas las instituciones del estado, en los sindicatos (ahí es inmemorial), en las cámaras patronales (tiene aliados a por mayor), en los organismos autónomos, en todo cuanto toca… Quince años el zar anticorrupción ha dejado a los jubilados muy cerquita de la inopia, ha quintuplicado los privilegios de la clase política, ha sido generador sostenido de degradación moral con la mandada al… de los valores que le dan contenido y sentido a la existencia. Han producido saqueos a las arcas públicas sin ningún castigo de por medio… a los pensionados, es decir, sus pensiones, han tenido un destino muy distinto del planeado… están en quiebra… y aun así, en las pasadas elecciones uno de los sectores más golpeados, el magisterio, no tuvo empacho en votar por los candidatos de los tricolores. Hay una profunda fractura social, pero siguen haciendo caso omiso.

La salud, la educación, básicamente, han sufrido una regresión devastadora… ¿Y qué? La indiferencia de miles de personas que habitan en Coahuila es el mejor cohesionador de las victorias electorales del PRI, a lo que se suma la compraventa de votos, la utilización de influencias o amigos de  quienes parten y reparten el queso, que no beneficia más que a quienes los conciertan. La eterna corrupción política está dañando a nuestra Coahuila de forma terrible. La actividad política la han vuelto un negocio de pillastres y detrimento de la sociedad en general. Dese usted una vuelta por la periferia de Saltillo, en donde viven los más pobres entre los pobres, ahí está en toda su desalentadora realidad el estancamiento del desarrollo, las dentelladas de la marginación, el avance sistemático de la pobreza. Hay que ser desalmado hasta el tuétano para permanecer impasible. 

Somos vergüenza nacional, las últimas elecciones exhibieron sin pudor alguno la ristra deleznable de fechorías que se pueden cometer con tal de permanecer en el poder hasta la consumación de los siglos. Es un hecho que conlleva una cantidad enorme de efectos negativos para Coahuila, como son la acentuación de la pérdida de confianza y por ende, de credibilidad en el Gobierno. Hay un profundo descontento de los coahuilenses aunque el moreirato pague a precio de oro la minimización de la debacle.

Hay desilusión, molestia e inconformidad en Coahuila. Aunque no lo acepten quienes hoy gobiernan. ¿Qué sucede cuando la propia autoridad se convierte en promotora del debilitamiento de las instituciones que le dan sustento? Avanza la corrupción, no tiene ciencia. La corrupción es un cáncer que afecta gravemente la legitimidad de la democracia, atenta contra el sistema económico y se convierte en un elemento sine qua non de desintegración social. 

En sociedades como la danesa, los ciudadanos se sienten iguales y no toleran que nadie saque ventajas de manera ilegal. En México ocurre todo lo contrario, los héroes son los sinvergüenzas, se vota por ellos en las urnas, no importa la cola de raterías que les preceda… No tengo la menor duda de que la desigualdad social es una de las fuentes más importantes de la corrupción. Por eso en Coahuila no se le combate, al contrario, se le procura, se le cuida. Mantener a la gente boca bajeada es condición ineludible. Las sociedades igualitarias no entran en el patrón de prioridades de los dueños de la entidad federativa, la inequidad sí.
¿Cuánto tiempo más?